Bessie
Wallis Warfield nació el 19 de junio de 1896 en Blue
Ridge Summit, una localidad cercana a Baltimore (EEUU), ciudad
en la que residía la adinerada familia de su padre,
Teackle Wallis Warfield. La niña fue el único
retoño de éste y Alice Montague. De salud delicada,
su progenitor falleció cuando ella tenía sólo
7 meses y el hermano de su padre, Solomon Warfield, se hizo
cargo de la educación de Bessie hasta que la madre
de ésta contrajo matrimonio de nuevo, en 1908. Por
aquel entonces, la niña ya daba muestras de un fuerte
carácter y fue ella quien decidió que la llamaran
por su segundo nombre, Wallis. Educada en los mejores colegios
de Baltimore, en la adolescencia asombraba a sus compañeras
luciendo un atrevido peinado con el cabello corto y rízado.
A los 19 años, fue a visitar a su prima Corinne a
Florida, donde conoció al teniente Earl Winfield Spencer,
con el que contrajo matrimonio siete meses después,
en noviembre de 1916, pero, durante su luna de miel, la joven
se dio cuenta de que su esposo tenía serios problemas
con la bebida. El consumo de alcohol provocaba que el teniente
se volviera irascible y, a lo largo de su matrimonio, Wallis
tuvo que soportar episodios de violencia física. En
una ocasión, su marido la encerró durante toda
la noche en el lavabo. Para ella, aquello fue la gota que
colmó el vaso y decidió pedir el divorcio. Su
familia no veía con buenos ojos la iniciativa, pues
lo consideraba un desprestigio dada su posición social.
La joven se instaló en Washington, donde conoció
a un diplomático argentino, Felipe Espil, a quien ella
definió como “un maestro en el arte de vivir”.
Su historia de amor duró dos años y, tras la
ruptura, en 1924, Wallis intentó reconciliarse con
su todavía marido. Aunque, durante unas semanas, la
pareja convivió plácidamente, Earl no había
dejado de beber y volvieron las discusiones, por lo que Wallis
solicitó formalmente el divorcio.
Poco tiempo después, entró en su vida Ernest
Simpson, hijo de un destacado naviero británico. Se
enamoraron y se instalaron en Londres. Cuando ella obtuvo
el divorcio de su primer marido, contrajeron matrimonio, el
21 de julio de 1928. Wallis se adaptó a la perfección
a su nueva vida en Gran Bretaña, donde alternó
de manera habitual con la alta sociedad. La joven estadounidense
entabló amistad con Consuelo Thaw, hermana de Thelma
Furness, quien entonces era amante del príncipe de
Gales. En noviembre de 1930, Consuelo fue invitada a una cacería
en la que también participó el futuro Eduardo
VIII, pero ésta no pudo asistir y propuso que su lugar
lo ocupara el matrimonio Simpson. Aquello propició
el primer encuentro entre Wallis y el que sería su
tercer marido. Según contó a sus allegados,
lo que más le llamó la atención entonces
fue la escasa estatura del príncipe, aunque, desde
el principio, reconoció que tenía unos modales
excelentes y una naturalidad cautivadora.
Wallis Simpson y el heredero de la corona británica
coincidieron en diversas reuniones sociales y se convirtieron
en grandes amigos. La llama del amor se iba encendiendo poco
a poco y fue en 1933 cuando el príncipe le hizo su
primer regalo: una orquídea.
A lo largo de 1934, el heredero la agasajó con joyas
y, en verano, invitó al matrimonio Simpson a pasar
unas semanas con él en una villa de Biarritz, al sur
de Francia. Ernest no pudo ir al encontrarse en Estados Unidos
y, aunque Wallis acudió acompañada de su tía
Bessie para que actuara de carabina, la pareja inició
un romance que alteraría el curso de la historia. El
crucero por el Mediterráneo a bordo del yate “Rosaura”
resultó inolvidable para ambos. “Traspasamos
la frontera de la amistad al amor”, relató ella
en sus memorias, “El corazón tiene sus razones”.
“Por mucho que me esforzaba, no entendía cómo
el hombre con más encanto del mundo podía estar
seriamente atraído hacia mí”, escribiría
décadas después. A pesar de que seguía
formalmente casada con Ernest Simpson, éste no se opuso
en ningún momento a la nueva relación de su
esposa. De hecho, él mismo también había
encontrado una nueva compañera, Mary Kirk, y ambos
estuvieron de acuerdo en iniciar los trámites de divorcio.
El heredero a la corona británica empezó a
plantearle a Wallis la posibilidad de que, cuando fuera libre,
se convirtiera en su mujer. “No te dejarán nunca”,
le aseguró ella. A lo largo de 1935, prosiguió
su historia de amor y el príncipe le regaló
joyas cada vez más caras en las que estaba presente
la inscripción WE, las iniciales de ambos, que coinciden
con la palabra “nosotros”, en inglés.
El 20 de enero de 1936 murió el rey Jorge V, padre
de Eduardo, con lo que él se convirtió en el
nuevo monarca. Pocos meses después, organizó
una cena para presentar a la que sería su futura esposa
a los políticos del momento, que le advirtieron que
el enlace no sería bien visto ni por la familia real
ni por sus súbditos. Eduardo VIII sugirió la
posibilidad de un matrimonio morganático, es decir,
que Wallis no pudiera ostentar e ltítulo de reina,
pero ni sus allegados ni la clase política lo aceptaron,
por lo que tomó la decisión de abdicar. El 11
de diciembre de 1936, el rey comunicó por radio a su
pueblo que dejaba el trono y que le sucedería su hermano.
Wallis oyó el discurso, con lágrimas en los
ojos, en Cannes, donde se había refugiado cuando se
inició el escándalo.
Convertido en duque de Windsor, Eduardo ya fue libre para
casarse con su amada y la boda, una ceremonia privada, tuvo
lugar en el castillo de Candé, en Francia, el 3 de
junio de 1937. Durante 1938, el matrimonio residió
en Cap d'Antibes hasta que se trasladó a una exclusiva
mansión en el Bois de Boulogne de París. Allí
los sorprendió el estallido de la Segunda Guerra Mundial
y la invasión nazi de Francia en 1940. Los duques lograron
salir del país y llegaron a España. Eduardo,
de quien se ha apuntado que sentía simpatías
hacia el régimen de Hitler, se negó a volver
a su país hasta que a su esposa se le reconociera el
título de Alteza Real. Finalmente, las autoridades
le ofrecieron el cargo de gobernador de las Bahamas mientras
durara la contienda. Durante los cinco años que estuvieron
en estas islas, los duques se ganaron el cariño de
la población. Wallis, nombrada jefa de la Cruz Roja,
creó el primer centro de maternidad para mujeres de
color del país y también colaboró en
la cantina a la que acudían los militares británicos.
Terminada la guerra, el matrimonio regresó a su mansión
parisina. A partir de entonces, su rutina consistió
en pasear a sus perros y en alternar con la alta sociedad.
Durante las décadas de los 50 y los 60, fueron frecuentes
sus viajes a Estados Unidos, donde asistieron a fiestas conc
ompañías como los Rotschild o los reyes de Yugoslavia.
En estos eventos a la duquesa le encantaba lucir modelos de
alta costura y las carísimas joyas que su marido le
regalaba. La rumorología apunta que, durante su matrimonio
con Eduardo, Wallis tuvo más de un amante. Joachim
von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores de Hitler,
o el “playboy” Jimmy Donahue fueron dos de los
hombres con los que habría mantenido relaciones.
Aunque la duquesa ya tenía 40 años cuando
se casó con Eduardo, nunca descartó la idea
de ser madre hasta que, por motivos médicos, tuvo que
ser sometida a una histerectomía. “Toda mujer
que ha sido amada como yo lo he sido ha conocido la vida en
su plenitud. A pesar de todo, existe una sombra: no he sentido
jamás la alegría de ser madre”,se lamentaba
en sus memorias.
Tras la subida al trono de Isabel II, la relación
de los duques con la familia real mejoró, aunque no
fue hasta 1967 cuando el matrimonio tomó parte en un
acto público en Londres junto con la reina. A lo largo
de la década de los 60, la salud del duque de Windsor,
fumador empedernido, se había ido deteriorando y, en
1971, se le diagnosticó un cáncer de garganta.
El 28 de mayo de 1972, Eduardo falleció en su mansión
parisina y sus restos fueron trasladados a Londres, donde
recibió sepultura en el cementerio privado real de
Frogmore. La duquesa, a la que tras el fallecimiento de Eduardo
se le concedió el título de Alteza Real, asistió
al entierro de su marido, pero enseguida volvió a Francia.
Retirada en la casa del Bois de Boulogne, vivió 14
años sin su amado esposo. Enferma de artritis y arterioesclerosis,
fue perdiendo movilidad hasta quedar postrada en una silla
de ruedas. Una bronconeumonía empeoró su ya
delicado estado de salud, provocándole la muerte, a
los 89 años, el 24 de abril de 1986. Fue enterrada
junto a Eduardo.
VÍDEOS DE Wallis Simpson
A continuación podemos ver un vídeo de Wallis Simpson :