Valle Inclán

el_cordobesRamón José Simón del Valle Peña, conocido literariamente como Ramón del Valle-Inclán, nació el 28 de octubre de 1866 en Villanueva de Arosa (Pontevedra). Su padre, Ramón Maria del Valle Bermúdez, era un viudo con una hija –Ramona- que se había casado en segundas nupcias con Dolores Peña y Montenegro, madre del escritor y sus tres hermanos: Carlos, Francisco y Maria. La familia vivía en un viejo caserón, último vestigio de una herencia familiar que el padre -descendiente de hidalgos- no supo conservar. Pese a haber perdido casi todo el patrimonio, Ramón y sus hermanos fueron criados como “señoritos de pueblo”.

Desde pequeño tuvo acceso a la biblioteca de su padre y aprendió latín en las clases que le impartía en su casa un cura, cuyas explicaciones no lograban atraer tanto la atención de Ramón como las historias de santos, brujas y ladrones que narraba Micaela, la criada de la casa. Acabado el bachillerato con un simple aprobado y aviniéndose a los deseos de su padre, empezó Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela.

Más habitual de los cafés que de las aulas, Ramón publicó en 1888 su primer relato, “Babel”, que firmó como Ramón del Vallé-Inclán, nombre que tomó de un antepasado. Un año después, impresionado por una conferencia del dramaturgo José de Zorrilla, decidió que sería escritor y no abogado. Una vocación que mantuvo toda su vida, pese a las penurias económicas que sufriría. La muerte de su padre, en octubre de 1890, le permitió dejar los estudios y viajar por primera vez a Madrid, donde trabajo como periodista y no tardó mucho en hacerse famoso en los cenáculos políticos y literarios gracias a sus apasionadas e ingeniosas opiniones. Poco después, “como final de unos amores desgraciados”, según él mismo explicó, se embarcó con destino a México, donde siguió ligado al mundo del periodismo como articulista. Su estancia de un año en tierras mexicanas estuvo salpicada de problemas, ya que su fuerte y encendido carácter le llevó a participar en duelos y peleas y a inmiscuirse en la agitada vida política del país. De regreso a Pontevedra -tras pasar por Cuba-, Valle-Inclán, que se había dejado crecer la melena y la barba y se vestía con poncho mexicano, se dedicó por completo a la escritura. Lector ávido de los más importantes autores europeos de la época, publicó en 1895 su primer libro, “Femeninas”. Al año siguiente se trasladó de nuevo a Madrid, donde sobrevivía a duras penas con traducciones, adaptaciones de obras teatrales o versos publicitarios. Convertido en un bohemio tan exaltado como famélico, Valle extremó aún más sus opiniones en las tertulias, donde coincidía con las figuras más destacadas de la literatura de la época. Pero no era uno de ellos. No, por lo menos, de los que triunfaban. En 1887, “Epitalamio”, su segunda obra, fue rechazada por los editores de Madrid, que la tildaron de “invendible”, pero aquello no le apartó ni un milímetro de su estilo y de su personal visión del mundo, impregnada del decadentismo modernista y salpicada por sus particulares toques “esperpénticos”.

A principios de 1899, conoció a Rubén Darío, con quien le uniría una estrecha amistad, y, en el verano de ese mismo año, tuvo una agria discusión en un café con su amigo Manuel Bueno que acabó muy mal. Acalorado por la disputa, Bueno le propinó un bastonazo con tan mala fortuna que un gemelo se le clavó a Valle en la muñeca del brazo izquierdo. La herida, a la que en principio no dio importancia, se infecto y le provocó gangrena, lo que obligó a amputarle ese brazo. Al volver a ver a Bueno, el escritor le saludó con un conciliador: “Lo pasado, pasado”. Contaba Ramón Gómez de la Serna en sus memorias que en los diarios se pagaba bien por las anécdotas sobre Valle-Inclán, pero que sus libros seguían sin venderse.

Pese a la escasa buena acogida de su quehacer literario por parte del público, en los primeros años del siglo XX Valle-Inclán publicó algunas de sus obras más importantes, entre ellas las cuatro “Sonatas” -con su personaje del marqués de Bradomín- “Jardín umbrío”, “Corte de amor” y, sobre todo, “Flor de santidad”. Ya entonces era junto con sus odiados Unamuno y Pio Baroja uno de los principales representantes de la Generación del 98.

El 4 de agosto de 1907, a los 40 años de edad, se casó en Madrid con la actriz Josefina Blanco, de 28 años, con la que tuvo seis hijos: Concepción (1908), Joaquín (1914, pero que moriría a los pocos meses), Carlos (1917), Encarnación (1920), Jaime (1921) y Antonia (1923). En 1910, cuando ya tenían el primer hijo, el escritor acompañó a su mujer en calidad de director artístico durante una gira por Sudamérica que duró seis meses. A su regreso a España, experimentó una de sus etapas más creativas, con obras como “Voces de Gesta” o “La marquesa Rosalinda”, aunque seguía recibiendo malas críticas y algunas de sus obras eran rechazadas, como sucedió con “El embrujado”, que Benito Pérez Galdós, entonces director del Teatro Español, se negó a llevar a escena. El dinero que obtuvo de la publicación de sus obras completas le permitió irse con su familia a su tierra natal e instalarse en Cambados, donde intentó, sin éxito, explotar agrícolamente un pazo. Mientras vivió allí no renunció a viajar periódicamente a Madrid para seguir asistiendo a las tertulias y, en 1915, le escribió al rey Alfonso XIII para que le retornara los títulos del marquesado del Valle, vizcondado de Vieixin y señorío del Carimiñán, petición que no fue atendida. Un año antes, el escritor había tomado partido por el bando aliado en la I Guerra Mundial y el Gobierno francés le invitó a visitar los frentes de guerra, impactantes visitas de las que dejó constancia escrita.

En 1916, fue nombrado catedrático de Estética de las Bellas Artes de la Escuela de San Fernando y le empezó a fallar la salud, al tiempo que su forma de vestir se hacia cada vez más “fantocheril”, a la manera de sus esperpentos. A finales de 1926, cinco años después de un segundo viaje a México, se publicó “Tirano Banderas”, la que algunos consideran su obra maestra y a la que siguió “El ruedo ibérico”, ambicioso proyecto en el que pretendía narrar la historia de España desde el reinado de su detestada Isabel II, pero sólo llegó a escribir tres novelas: “La corte de los milagros”, “Viva mi dueño” y “Baza de espadas”. Desde 1924, Valle-Inclán mostró su férrea oposición a la dictadura de Primo de Rivera, haciendo oír su opinión en los cafés de Madrid, lo que motivo que lo detuvieran en varias ocasiones. En 1928, su situación económica mejoró al lograr el mejor contrato editorial de su vida, pero no supo gestionarlo y, al poco, la familia volvía a estar en la ruina. Eso provocó un gran distanciamiento de su mujer.

Instaurada la Segunda Republica en 1931, Valle-Inclán apoyó al nuevo régimen y se presentó a diputado por La Coruña por el Partido Radical. Le nombraron un año después conservador general del Patrimonio Artístico Nacional, pero acabó dimitiendo por diferencias con el ministro. Separado de su mujer en medio de una agria disputa por la custodia de los hijos, vivía en la mayor de las pobrezas hasta que, en mayo de 1933, le ofrecieron un trabajo en Roma, al que después renunciaría por cuestiones de salud. En marzo de 1935, ingresó en un sanatorio de Santiago de Compostela, del que se escapaba por las noches para ir de tertulia. Meses después, falleció el 5 de enero de 1936. Sus restos llevan 75 años enterrados en el cementerio civil compostelano de Boisaca.

VÍDEOS DE Valle Inclán
A continuación podemos ver un vídeo de Valle Inclán :





Fotos de Valle Inclán:



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