La Pasionaria

La PasionariaEl nombre con el que sus padres, Juliana y Antonio, la inscribieron en el registro civil al nacer el 9 de diciembre de 1895 fue Isidora Ibarruri Gómez. Sin embargo, en la pila bautismal la llamaron Dolores, nombre que siempre uso aunque no se lo cambiara oficialmente hasta 1977. De familia católica y humilde, hija, nieta y hermana de mineros, vio la luz en Gallarta, pequeña población a 14 km de Bilbao. Fue la quinta de los siete hijos que sobrevivieron a los 11 que tuvieron sus padres.

Adicta a la lectura, fue una excelente estudiante que al cumplir los 15 años intentó empezar Magisterio, la carrera que hacían todas las jóvenes que soñaban con la emancipación en un mundo que las relegaba al matrimonio y al hogar. No pudo por la oposición de sus padres, a pesar de que la maestra de su colegio intentó convencerles de sus aptitudes. La excusa fue que eran demasiadas aspiraciones para una familia de tan baja condición social. Aunque sin llegar nunca a pasar hambre, hacia falta dinero en casa, así que empezó a trabajar como sirvienta, al tiempo que aprendía a coser y bordar.

A Dolores Ibarruri siempre se la recordara vestida de negro con trajes que se cosía ella misma. Desde niña vistió de luto, no sólo, como ella misma explicaba en sus memorias, “porque una mujer de clase modesta, al vestirse de negro puede hacerlo con elegancia”, sino por los continuos fallecimientos que acaecieron en la familia: primero por sus abuelos, luego por su padre, en una racha que seguiría con su propia descendencia, de la que sólo sobreviviría uno de los seis hijos que tuvo.

También se casó de negro, a los 21 años, con Julián Ruiz, minero y líder socialista obrero, que no era santo de devoción de sus padres, quienes tenían un carácter bastante conservador y habían visto con buenos ojos la anterior decisión de su hija de entrar en un convento para tomar los votos como monja. “Mi misión en la vida estaba cumplida. No podía ni debía aspirar a más. El fin de la mujer la única salida, su única aspiración, era el matrimonio, y la continuación de la vida triste, gris, penosa, esclava de nuestras madres, sin más ocupación que parir y criar”, escribió Dolores que, sin embargo, nunca se consideró feminista. Julián le inculcó el socialismo comunista como la única solución contra las injusticias y para cambiar la vida de miseria que veía en su entorno y que ella misma había padecido. Dolores se hizo militante y, poco después, en 1918, escribía su primer artículo en el periódico “El Minero vizcaíno”, que firmó con el seudónimo de “La Pasionaria”, ya que su publicación coincidió con la Semana de Pasión y, al mismo tiempo, era una flor resistente y siempre verde.

El 15 de abril de 1920 la agrupación socialista donde ella vivía en Somorrostro (Vizcaya) se sumó a la fundación del Partido Comunista Español (PCE), donde militaría hasta su fallecimiento. Pero en su vida privada aquello le afectó negativamente ya que su marido no tenía tiempo de ejercer como padre de sus hijos. Era uno de los principales activistas del partido y apenas aparecía por el hogar ya que siempre estaba en primera línea en mítines y huelgas o realizando tareas clandestinas que le llevaban a la cárcel cada dos por tres. Tantas separaciones provocaron que su matrimonio hiciera aguas, además de pasar por penurias económicas y el terrible dolor por la constante pérdida de sus hijos. Nada más casarse había nacido su primera hija, Esther, que falleció al cumplir los tres años. En 1920, nació Rubén, que saldría adelante pero que perdería la vida luchando en la batalla de Stalingrado. En 1923, dio a luz a trillizas de las cuales murieron dos -Amagoya y Azucena- y sólo sobrevivió Amaya, la única que con los años le daría tres nietos: Fiodor, Rubén y Lola. En 1929, nació Eva, la hija menor, que murió a los tres meses.

El dolor la hizo fuerte y pronto destacaría como líder de masas y se la consideraría como símbolo de la mujer trabajadora y de la lucha por los pueblos. En 1930, la nombraron miembro del Comité Central del Partido y empezó a ser reconocida como gran escritora y oradora.

Tras 10 años de matrimonio, en 1931 se separó de su marido y se trasladó a Madrid con los dos únicos hijos que sobrevivían, Rubén y Amaya, para ser redactora en el diario Mundo Obrero. Sus discursos y artículos incendiarios la llevaron a la cárcel un par de veces. Fue la época en la que no pararía de viajar, primero a Rusia donde conocería a Stalin, personaje que le impactaría para el resto de su vida hasta el punto de convertirse en la más firme defensora de las tesis estalinistas en España, o al Congreso Mundial de Mujeres de París. Ella misma reconoció que entre cárceles y viajes no podía dedicarse a los hijos, así que decidió llevarlos a estudiar a Rusia.

En 1936, fue elegida diputada por Asturias, creó la revista “Mujeres” decididamente en contra del fascismo y la guerra, y, ya en plena guerra Civil española, proclamó en un mitin la célebre frase: “Más vale morir de pie que vivir de rodillas”, popularizada por ella aunque, en realidad, era del revolucionario mexicano Emiliano Zapata. Otra de sus frases populares fue el “¡No pasaran!” durante la defensa de Madrid y que copió del mariscal francés Petain. Venerada por unos y odiada por otros, sus detractores siempre recuerdan una de sus citas menos afortunadas en relación a los procesos de ilegalización del POUM: “Más vale matar a 100 inocentes que dejar escapar un sólo culpable”. Durante nuestra guerra trabajó duramente para intentar restaurar el orden republicano, llegó a ser vicepresidenta de las Cortes y se la consideró por parte de la España proletaria como la heroína de la resistencia contra el levantamiento militar. Durante la Guerra Civil también tuvo tiempo para unirse sentimentalmente a Francisco Antón, 17 años menor que ella. Todo un escándalo en la época donde era inadmisible que una mujer tuviera amantes sin casarse y, menos aún, que fueran más jóvenes. Incluso en el que se suponía que era un partido progresista como el suyo. Tantas fueron las presiones, que tuvo que escoger entre el amor o continuar en el Partido. Y, tras una larga década de relación, Dolores escogió seguir en el PCE.

Después de la derrota republicana, en 1939, se exilió a la URSS donde vio morir a su hijo Rubén en el asedio de Stalingrado. Cuentan que encaneció de un día para otro y permaneció prácticamente desaparecida durante un año. En 1942, asumió la secretaría general del PCE trasladándose a vivir a París, un puesto que dejaría en 1960 a Santiago Carrillo para ella asumir la presidencia de su partido. Lúcida, carismática y apasionada, con 60 años se podía oír su voz desde Checoslovaquia retransmitiendo por Radio España Independiente. Viajo a Cuba, donde se entrevistó con Fidel Castro, y al resto de países de órbita socialista como Yugoslavia y China. A los 67, recibió el premio Lenin de La Paz y fue nombrada doctora Honoris Causa en Historia por la Universidad de Moscú. El nombre de La Pasionaria quedó incorporado al lenguaje universal como símbolo de la mujer que lucha por la emancipación.

Cuando murió Franco, Dolores tenía 80 años. Tras 38 años de exilio, el 13 de mayo de 1977 regresaba a España y era reelegida diputada por Asturias formando parte de la primera presidencia de las nuevas Cortes democráticas en la Mesa de Edad junto a su buen amigo, el poeta Rafael Alberti. Su salud empezaba a resentirse y le tuvieron que implantar un marcapasos. Al final de sus días, vio como todos los ideales por los que había luchado en su vida se desmoronaban: desaparecía la URSS y el bloque socialista y los balseros cubanos huían de su amada Cuba hacia las mieles del capitalismo. Falleció en su pueblo natal, Gallarta, el 12 de noviembre de 1989 a los 94 años de edad. Tres días después de la caída del muro de Berlín. Toda una coincidencia.

VÍDEOS DE La Pasionaria
A continuación podemos ver un vídeo de La Pasionaria :





Fotos de La Pasionaria:



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