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Jesús de Monasterio



BIOGRAFÍA DE Jesús de Monasterio:

Nombre real: Jesús de Monasterio
Profesión: Violinista
Cumpleaños: N/D
Lugar de Nacimiento: valle de Liébana, llamado Colio
Estilo(s) musical(es): Violin


En un pueblecito del valle de Liébana, llamado Colio, nace a finales del siglo XVII Jacinto Monasterio.
Toda su ascendencia es cántabra. Sus padres se llamaron Francisco Monasterio y María Antonia Caldas. Cántabra también la ascendencia de su esposa Isabel de Agüeros, hija de Cándido de Agüeros y Vicenta Manrique de la Vega.

Jacinto se ha graduado en leyes de bachiller en Toledo y se hace abogado en la Universidad de Valladolid.

Un día, exactamente el de la llegada de la primavera de Marzo de 1.836, hay un nuevo llanto de niño en la casona de Potes.

Jacinto de Monasterio, ante la cara inexpresiva aún del recién nacido, piensa que nada como ese temblor de una vida que empieza, para olvidar y compensar pesadumbres y hastíos.

Aquel 21 de Marzo, el caballero lebaniego vive unas horas de felicidad inefable. No existe para él la política, los azares cortesanos, los cargos y las vanidades; corregimientos, bulos, injusticias se han borrado de su mente. Sólo existe aquella vida que nace, para que Dios encamine a ése nuevo ser por la senda de la alegría y del bien.

Pocos días más tarde, las campanas de la iglesia de San Vicente Mártir, con su alegre repicar y la placidez silenciosa de la villa, anuncian el bautizo del nuevo siervo de Dios.

Al sur de España, otras campanas, las sevillanas de San Lorenzo, casi en primavera también, anuncian el bautizo de otra gloria de las letras españolas, Gustavo Adolfo Bécquer.

En la casona de Potes, dos balcones, uno pequeño y otro grande en la primera planta; una gran solana en la planta superior: allí dio sus primeros pasos y dice sus primeras palabras Jesús de Monasterio y Agüeros. Es nervioso y vivaz; sus ojos reflejan una gran curiosidad ante todas las cosas, sobre todo, cuando la madre le cuenta fábulas maravillosas, o historias de osos, o leyendas que la gente de la Liébana se viene repitiendo desde tiempos lejanísimos.

Cuatro años vivaces y alegres tiene Jesús; suspende sus juegos y travesuras cuando escucha tocar al padre el violín. ¿ Qué confuso mundo de ideas vagas y hondas se despierta en el alma infantil al conjuro de las melodías ?

El pequeño Jesús , al oír éstas, hace alto en su diversión casera, queda inmóvil escuchando. Su corazón en estos instantes es también como un arco tenso; su mirada revoltosa y risueña se agita fascinado por una fuerza invisible. Con paso callado, se acerca a la estancia en la que el padre está.

Allí, en la puerta, se queda sobrecogido, inmóvil, mientras el suspiro del violín va muriendo en el pianísimo, o se ensancha por los nuevos matices musicales. Llora y ríe.

El padre se asusta. ¿Qué te pasa? ¿Por que lloras? El niño no sabe decir ese porqué que el padre busca; tiene raíces profundas y misteriosas. Es una íntima y dulce congoja, la que hace derramar estas lágrimas a Jesús. Entre el suave llanto, la voz infantil entrecortada trata de explicar aquellas lágrimas. No sé, ….Es la música que me hace llorar.

El padre hace un viaje a Valladolid; al regreso trae un pequeño violín para su hijo. Éste se abraza a él, lo contempla risueñamente, relampagueante la mirada, temblorosas las manos al acariciar el arco; no puede haber mejor regalo para Jesús.

El niño, sin más aprendizaje que aquel tan escaso, domina enseguida el instrumento.

En la sencilla villa de Potes, la revelación de Monasterio es el acontecimiento que se habla en las tertulias, en las cocinas y en los paseos por la Serna.

Pero la limitada vida de Potes no ofrece perspectivas para el desarrollo de las singulares condiciones, que un día unas lágrimas revelaron.

En Palencia recibe sus primeras lecciones del primer violinista de la Catedral; después se traslada a Valladolid. Hay en esta ciudad un excelente violinista joven: José Ortega y Zapata. Es el nuevo maestro de Monasterio, en quien comprueba unas facultades de excepción.

En 1.842 triunfa en Madrid un joven vallisoletano. Al acabar el estreno en un teatro de la corte, de un drama suyo, el actor le alza del suelo diciéndole: ¡"diablo de chiquitín"!. El actor es Carlos de la Torre; el autor, José Zorrilla; fuerte y alto aquel, menudo éste. Así es Monasterio, menudo, dice Ortega y Zapata, pero cuando está junto al violín, parece agigantarse; la fuerza surge conmovedora, honda, del dominio de su técnica musical.

No tiene aún siete años, cuando actúa públicamente por primera vez en el Liceo Artístico de Valladolid; es el 14 de Marzo de 1.843. Le acompaña en la velada su maestro Ortega y Zapata; Aplausos, felicitaciones y gozosa humedad de lágrimas en los ojos de Don Jacinto.

Hace ya tiempo que Madrid es, efectivamente, obsesión para el padre, y a Madrid marchan los dos. Cuenta el padre ahora cuarenta y siete años; continúa apartado de la vida administrativa; son sus pequeñas rentas de Potes las que le permiten ir viviendo y atender a la formación musical de su hijo. Nada importan sacrificios y adversidades, sobre todo ello, resplandecerá un día la gloria de Jesús de Monasterio.

A Espartero le ha caído en gracia el pequeño artista; le ha regalado un violín y un sable, y dice que un día de éstos le llevará a la cámara de la Reina.

Se cuenta la siguiente anécdota: jugaba una tarde el pequeño Jesús, con el sable regalado por el regente, le acompañan otros niños, y desfilan uno tras otro marcialmente: un, dos, un, dos. El General sentía deseos de oír tocar al violinista. Le llama y le dice: oye Jesús, ¿quieres venir a tocar un poco el violín?. No, ahora no quiero tocar…. Quiero jugar a los soldados; si tú juegas con nosotros y haces de capitán, tocaré luego; y si no juegas, no tocaré.

Hizo gracia a Espartero la ocurrencia, y se dispuso a complacer al pequeño violinista.

Deslumbran, adormecen luces y palabras Los ojos de Jesús de Monasterio se sienten fatigados dulcemente, bajo aquel resplandor de la fiesta en palacio. Siente deseos de cerrarlos, y evadirse de aquel cerco brillante y adormecedor.

El pequeño se desprende de los grupos que hablan y ríen, y va hacia un salón próximo y desierto: un gran sillón le ofrece su blandura tibia y acogedora.

La infanta niña, Luisa Fernanda, muestra deseos de que su pareja sea Jesús de Monasterio. Los palatinos buscan al violinista. Es la infanta, ¡doce años risueños!, la que le despierta afectuosamente diciéndole: Jesús, despierta, que vas a bailar conmigo.

Jesús abre los ojos, mira a uno y otro lado, vuelve el rostro, y cierra los ojos nuevamente diciendo: déjame en paz, tengo mucho sueño.

Pero allí está el General Espartero, para estas soluciones. Al terminar el baile, el regente dice al pequeño Monasterio: Jesús, pregunta a su Majestad - como si fuera cosa tuya - qué tal lo ha pasado esta noche, si se ha divertido…. Pero como cosa tuya, ¿me entiendes?, Monasterio va a cumplimentar el encargo. Al acercarse a la Reina, dice a ésta sencillamente: pregunta el General si se ha divertido Usted mucho esta noche.

Cuando Jesús se retira de palacio, su retina está llena de visiones luminosas y triunfales, salones que brillan, trajes de etiqueta, sedas y joyas, música y sonrisas.

El patrocinio de Espartero ha sido beneficioso para Monasterio, pero piensa el padre que lo ideal sería ir a París, y estudiar en el conservatorio francés.

El niño cree estar soñando; aprieta apasionadamente junto a su corazón el violín.

En París intensas actividades, visitas a compatriotas, gestiones, solicitud de consejos; van al conservatorio, hablan con los profesores y, después de todo esto, piensan que lo mejor es ir a Bruselas, en cuyo conservatorio hay eminentes profesores.

Ante Don Basilio, se alza la sombra de Don Jacinto, recordando las palabras que dijo en el umbral de su muerte; el tutor no vive ya en realidad, sino para que aquel deseo se cumpla.

En Bruselas hacen una visita a Beriot; en casa de éste, Monasterio toca unas variaciones de Artor y otras del propio Beriot. A éste le complace el modo de interpretar del chico. Habla con el tutor en francés sobre la educación del nuevo discípulo; la conversación se prolonga. Jesús no comprende y llega a inquietarse, hasta el punto que dice a Montoya,: ¿me admite en su clase o no? si no, estamos de sobra aquí.

El tutor se lo traduce a Beriot, y éste se ríe. Sí, sí irá a su clase le petit espagnol. Pocos días más tarde, inicia sus estudios en el conservatorio de Bruselas. Lo ha instalado en una pensión, y el tutor regresa a España.

Trabaja, Jesús, trabaja. Acuérdate de tu madre y tus hermanas; yo sabré de ti,. Gervaet y Beriot me lo han prometido.

Un día Beriot hace constar oficialmente las grandes condiciones del muchacho: (nos complace), dice en un certificado redactado en Bruselas el 4 de Agosto de 1.851, en reconocer a este interesante discípulo todas las cualidades necesarias para alcanzar el más alto grado de talento, con tal de que los protectores de las artes en su país, lo pongan durante algunos años más a continuar estudiando en el conservatorio de Bruselas.

El 30 de julio de 1.852, Jesús de Monasterio obtiene el premio de honor del conservatorio de Bruselas.

Regresa a España, pero antes quiere detenerse en París, para saludar a algunas sinceras amistades que había dejado durante su estancia con Don Basilio en la capital francesa; entre éstas está la de Arístides Cavalle-Coll; éste le propone visitar juntos a un notable artista, le encantará conocerlo. Cavalle hace la presentación: es un joven violinista español, que acaba de obtener el premio de honor en Bruselas en la cátedra de Beriot; el músico es Carlos Gounod; cuenta éste algo más de treinta años. A Gounod le satisface el conocimiento del joven músico español.

Es una coincidencia muy feliz, porque precisamente he terminado una melodía para violín, y tendré un singular placer en oírsela, acompañándole yo al piano.

El 25 de Octubre embarca hacia Inglaterra en el Hollander. Su primer concierto en las islas. Fue un honor para mí el presentarme por primera vez a interpretar una obra solo ante el ilustrado público británico; éste me recibió ( igual que a mi "Fantasía española") del modo más lisonjero.

En tierras belgas se ha formado; belgas fueron sus principales maestros, y así, el lazo que unió los nombres de Monasterio y Bélgica, no se desataron nunca.

Le Moniter de Theatres, entre otras cosas dice: Nos hizo oír una Fantasía Española, obra suya, acompañada por la orquesta; nos ha causado algo más que un placer; nos ha sorprendido, porque no esperábamos encontrar en un principiante, en la difícil carrera de compositor, una inteligencia tan completa de la instrumentación, una elección de los efectos, tal riqueza de recursos, y al mismo tiempo, una claridad tan notable, y bosquejos tan perfectamente delineados. Felicitamos a Mr. Monasterio como intérprete, y al mismo tiempo como compositor.

Por la vida de Monasterio pasa muy pronto, como suave sombra, la figura de una mujer: se llama Concepción Arenal y Ponte. Hay en ésta un fuerte sentido de la vida interior, una noble y callada melancolía, un espíritu quijotesco ante muchas cosas.

Concepción, una muchacha de quince años, estudia ávidamente, y su amor a los libros va mas allá de lo que en las aulas la enseñan.

Una mujer en las aulas universitarias, en el Madrid que no ha llegado a la mitad de siglo, es una nota singularísima. Con el intento pueril de pasar por un hambre, por un estudiante más, Concepción se viste con ropas varoniles, y asiste a las clases.

Han pasado muchos años, se ha casado, y ahora es viuda con dos hijos. Vuelve de Madrid a Potes. Muchas veces en Madrid habló de esta paz campesina lebaniega, con Jesús de Monasterio; hay entre la mujer y el hombre un claro sentimiento de amistad; les une el estudio, el espíritu, la devoción a la creación, la música en el hombre, la ciencia social de la mujer.

Hay en ellos una gran diferencia de edad: veintiún años Monasterio, cuando ella se acerca a los cuarenta. Concepción se instala en Potes en la casa de Doña Isabel de Agüeros. Hace una vida retraída y callada, apenas ve a nadie: las gentes la siguen con la mirada, y ella hermética, recogida sobre sí misma, sigue adelante, inalterable el paso, abstraída la actitud.

Monasterio lleva siempre a Potes un eco bullicioso de vida llena de afanes y laureles; con él llega el reflejo de Madrid, de sus luchas y sus brillos.

Anita, hermana de Jesús, se ha casado con José Rábago, hermano éste de Casilda, a la que ronda Jesús; de este matrimonio nace una niña en condiciones que hacen imposible su vida, es un ser destinado a morir. Este dolor lleva a Monasterio a pedir a su amiga que escriba la letra de una cantinela, a la que él pondría música. Una canción que pueda servir un poco de consuelo a la infortunada madre; la escritora hace la letra.

La tristeza de la Barquerina une más a los dos amigos, y en otra ocasión, colaboran en una salve.

Los cuartetos creados por Monasterio hace unos años, hoy gozan de éxitos sorprendentes; Barbieri los enjuicia así:

"Estos resultados se deben en primer lugar a Don Jesús de Monasterio, que por su genio de artista, y por su profundo estudio y práctica constante, sabe sorprender el secreto íntimo de la obra, y dar a toda ella el colorido particular y de conjunto.

Con lo cual puede decirse que hace suyas las sublimes inspiraciones de Hayden, Mozart y Beethoven".

Las familias Rábago y Monasterio, han enlazado ya una hermana de Jesús, Anita, con José Rábago. Todo pues, parecía no encontrar dificultades para este nuevo enlace de Jesús y Casilda, pero no es así.

Es muy linajuda la familia de los Rábago, y sienten éstos apasionadamente el espíritu del blasón; el orgullo y el escudo les enciende de euforia.

A través de él llega toda el alma misteriosa de la música. Schopenhauer dice: "la música no expresa las formas visibles, sino la esencia metafísica del mundo; no sabiendo lo que representa, pero sintiendo lo que expresa, viene a ser la más comprensiva de las lenguas, y por tanto, una metafísica del alma que sustrae al razonamiento filosófico".

Cuando el siglo termina, aquella emoción religiosa vuelve a Jesús de Monasterio. En una de las cumbres más altas de los Picos de Europa, en el pico San Carlos, se ha eregido una estatua en bronce del corazón de Jesús. Desde la cima, se ven tierras de Santander, de Palencia, de Asturias, de Burgos y de León; al norte, en la lejanía, el mar.

Monasterio ha escrito para su inauguración el Invitatorio Christum Regem. Allí, en la majestad de la montaña, se canta la obra musical, que cobra toda su belleza en el gran escenario de los Picos de Europa.

La gran personalidad de Monasterio, le lleva un día a la Academia de Bellas Artes. El Gobierno de la República decide que los músicos puedan ser también académicos, como los pintores, los escultores y arquitectos. No tiene éste aún los cuarenta años.
Sin apremios de conciertos obligados, sin compromisos, ha viajado por Francia, Bélgica; emocionado, recuerda sus años juveniles en estas tierras como estudiante.

De Barcelona le llegan llamadas apremiantes para que acuda a dirigir unos conciertos. La cartelera del gran Liceo anuncia el primer concierto. El éxito es extraordinario, las ovaciones son grandiosas. Éste hace ademán de brindar este homenaje a los músicos de la orquesta, por su perfecta actuación bajo su batuta.

En los dos conciertos posteriores, el fervor popular se extrema hasta límites insospechados: los espectadores le aguardan en el vestíbulo, le ovacionan de nuevo y le siguen rambla adelante hasta su hotel. El gentío sigue aplaudiendo, hasta que Monasterio sale al balcón, saluda una y otra vez; iluminado de emoción, sonríe. El público sigue aplaudiendo.

De las jornadas triunfales de Barcelona, vuelve a la vida normal: clases en el conservatorio, conciertos, salones y, por supuesto, los estudios.

Es 1.880, dos años después, va a Lisboa con la Sociedad de Cuartetos. Se celebran los mismos en el Salao de Trinidades. Es embajador de España en Portugal Don Juan Varela, que alterna la diplomacia con las letras y, ya camino de los sesenta años, ha publicado varias novelas, entre otras, "Pepita Jiménez". Varela envía un comunicado a Monasterio, en el que le dice: "el rey de Portugal desea oírles a ustedes mañana en el palacio de Ajuda". Le condecora con la Orden de Cristo. Es la primera vez que da la placa de Cristo a un artista.

En estos años hace giras por varias capitales de España: Valencia, Bilbao, Zaragoza, Oviedo, Gijón, etc.
Después de los conciertos, Monasterio hace su pequeña crónica habitual. Ha sido muy pronto profesor de la Escuela Nacional de Música y Declamación, a los veintiún años. Muchos de sus discípulos son ya hoy grandes maestros, entre otros está Enrique Fernández Arbós. Treinta años lleva Monasterio dedicado a la enseñanza del violín. Empiezan a quedar lejos los días de su llegada a Madrid y los primeros viajes al extranjero.

La vida en España ha ido transcurriendo a su propia vida. Los días isabelinos, el viento revolucionario de septiembre, Amadeo I, la República, otra vez el trono. En 1.887 es creada expresamente para Monasterio una cátedra de estudios superiores. Por su aula desfilan Julio Francés, Pedro Blanch, Pablo Casal y otros.

No tarda en llegar el choque con la política, un decreto del Ministro de Fomento, Linares Rivas (del que Monasterio no ha tenido conocimiento) dice: "ha dimitido el director de la cátedra de estudios superiores de música y declamación". Esto es en 1.897.
Federico Madrazo pinta el retrato del violinista lebaniego; a veces el pintor se siente descontento de su trabajo y deja los pinceles, entonces, Monasterio coge su violín, e interpreta algo dél gusto de Madrazo. Éste, influido por la música, siente que aquel desasosiego se aleja de él, y vuelve a su trabajo.

Monasterio recibe el cuadro de su retrato, y envía un obsequio al pintor. Pero, ¿qué ha hecho usted?, le dice Madrazo.
Hay cosas en las que se puedan y deban hacerse, entre personas que sólo son conocidas por su riqueza, pero de ninguna manera los que valen por los dones recibidos del cielo, y por los que han de trabajado y estudiado sin cesar. ¿ Qué necesidad tenía usted de enviarme este regalo ?, absolutamente ninguna; ¿Qué me ha movido a hacer su retrato? El deseo y el gusto de ofrecerle esa pequeña muestra de amistad y simpatía, y al mismo tiempo de admiración por su talento.

Además, también me movía el interés y era que, si el retrato no salía del todo mal, o era digno de usted, pudiese andando el tiempo, figurar en él juntos nuestros nombres; por consiguiente, ya quedaba yo con esto suficientemente retribuido. Y si a ello se agregan los deliciosos ratos que hasta en mi estudio me ha hecho usted pasar, haciéndome oír en nuestros descansos divinas melodías por medio de su animado violín, resulta que el deudor soy yo, y no usted.

El siglo XIX camina ya hacia su final. La vida pasa cargada de acontecimientos, unos gozosos, otros dolorosos. Madrid está en fiestas, se conmemora el cuarto centenario de la llegada de Cristóbal Colón a América. Zorrilla acaba de morir. En Santander, el buque Cabo Machichaco, anclado en su bahía, ha estallado, la ciudad se retuerce entre escombros y dolor.
¿ No ha escrito alguien que envejecer, es irse quedando solo ? Monasterio ve cómo van cayendo sus amigos de siempre: aquel año de 1.893 muere en el ruedo de Madrid, el Espartero; muere Margallo, Zorrilla, Concepción Arenal; todo un capítulo de la vida de Jesús de Monasterio. El músico llora lágrimas ardientes en el recuerdo de su amiga.

En 1.894 muere Emilio Arrieta y Barbieri; a la muerte de Arrieta, es nombrado director del Real Conservatorio de Música de Madrid.
Al final del año, recibe una carta del periódico Le Soir de París, para que le envíe un escrito sobre Gounod con motivo de las mil representaciones de la ópera Fausto. El violinista contesta en un perfecto francés, y recuerda cómo vio nacer el Ave María.
Su salud ha sido siempre endeble; su sensibilidad extraordinaria, enfermiza muchas veces, de tan aguda y viva, llega a hacerse morbosa en ocasiones; un ruido agrio, una discordancia, una torpeza, hieren el oído del músico.

Su dolencia le hizo marchar a algunos balnearios; entre otros Vichi, y también a Ontaneda, su tierra cántabra natal.
En la primavera de 1.902 sueña con volver cuanto antes a Casar de Periedo. Va todos los años allí, en cuanto se lo permite el final del curso.

En la casona de su esposa, todo era contacto con la naturaleza. Luchas y recuerdos se remansan en la gran paz; música del viento entre los árboles, de la lluvia sobre las hojas y la hierba.

Nunca la nostalgia se hizo tan tirante como ahora, se siente cansado y triste. Sus casi setenta años le caen con pesadumbre sobre el alma, que busca cada vez más la soledad.

En la casona antigua de Casar de Periedo se siente feliz, en su jardín de rosales y plantas trepadoras.
Todo el pueblo le quiere, saben que nunca dejó de socorrer a los pobres; tiene en la comarca fama de santo Don Jesús.
Hace una vida sosegada, trabaja apenas. Todos saben lo mucho que le molesta el ruido, que no se encuentra bien, y procuran cuando están cerca de la casa, no dar voces, ni cantar, nada que pueda molestar.
Hasta el maquinista del tren del Cantábrico, al pasar por la estación de Periedo, procura tocar lo menos posible el silbato para no molestar a Don Jesús.

Comulga los días treinta de cada mes, en recuerdo de que la madre había muerto en esa fecha del mes de noviembre de 1.871.
Algún día va a Santander, hay un concierto del Orfeón Cántabro en el Casino del Sardinero; allí está Jesús, a quien todos halagan, cediéndole el paso, en prueba de admiración.
Cuando los aplausos se han extinguido, alguien pide: ¡que toque D. Jesús¡. No se encuentra bien, no tiene allí el violín; se insiste, y sube. Se hace un silencio tenso.

Interpreta su Adiós a la Alhambra, la obra que estremeció por su emoción, por juegos de destreza y agilidad que el violinista hacía de ella.

Se apagan ya los oros del estío, son breves las tardes, nubes grises entornan el cielo, es el mensaje del otoño inmediato.
El silbido de los trenes empieza a ser triste en los valles. Por ese tiempo otros años Don Jesús de Monasterio preparaba su regreso a Madrid, para empezar de nuevo sus trabajos en las aulas.

Pero esta vez la dolencia le tiene inmovilizado en el lecho de la casona montañesa. Los médicos no ocultan su pesimismo. No, no se le puede llevar a Madrid, él sabe que está muy mal.

Aquel adiós a la Alhambra en el Casino del Sardinero, fue su último adiós musical, el último con el violín en sus manos.
Está mal, muy mal Don Jesús, dicen por el pueblo.

El veintiocho de septiembre de 1.903 el músico se siente peor; hay en los ojos de todos una emoción de lágrimas contenidas; van y vienen en silencio por las estancias; se habla con la mirada calladamente. Es el último crepúsculo de Jesús de Monasterio.

Ha cerrado el día, y sobre las ocho, la vida del músico se extingue suavemente, cristianamente.

No ha habido en la hora final grandes acordes orquestales. Ha sido el desenlace suave de una existencia clara, en un escondido rincón español, que el otoño va tiñendo de verdes melancolías en el silencio de la naturaleza.


VÍDEOS DE Jesús de Monasterio:
A continuación podemos ver un vídeo de Jesús de Monasterio :






FOTOS DE Jesús de Monasterio:
  








COMPOCICIONES DE Jesús de Monasterio:

  Fantasía original española (1853), para violín y orquesta.
  Adiós a la Alhambra (1855), para violín y piano, inscrito dentro del movimiento alhambrista, pieza de virtuosismo violinístico para   salón, con una bella línea melódica. También realiza una versión orquestal.
  Grande Fantaisie Nationale (1855), para violín y orquesta.
  Concierto en Si menor para violín y orquesta (1859; 2.ª versión de 1880), obra escrita con buena técnica (violinística sobre todo,   porque la orquesta desempeña un papel secundario), con una estructura similar al Conciero para Violín de Mendelssohn y que se   trata del único concierto para violín escrito en España en esa época, e incluso en todo el siglo. Está en la línea de los conciertos   románticos de violín que componían los grandes virtuosos de aquellos tiempos, como Henri Vieuxtemps o Wieniawski, con una   partición de violín solista de gran virtuosismo.
  Marcha fúnebre y triunfal (1864).
  Scherzo fantástico, compuesto en Madrid en noviembre de 1865, corregido en Potes en septiembre de 1866, y estrenado el 15   de marzo de 1868 por la Sociedad de Conciertos de Madrid, bajo la dirección de Barbieri. Según la Revista y Gaceta Musical   (23-  III-1868), el Scherzo “produjo viva sensación en el público, que hizo repetir la pieza, llamando al autor entre los más   nutridos y prolongados aplausos” y Para Peña y Goñi, “tiene todo el sabor de una pieza clásica impregnada de la savia moderna,   porque hay que decir, en honra del insigne artista, que no reconoce exclusivismos estéticos y adora lo bello donde quiera que lo   halla”.
  Melodía para orquesta (1872).
  Melodía para violín o violonchelo y piano (1874), dedicada a su amigo Víctor Mirecki.
  Estudio de concierto en si bemol (1875), para arpa, oboe, clarinete, trompa y orquesta de cuerda.
  Sierra Morena (1877), para violín y orquesta.
  Veinte estudios artísticos de concierto, por los que, el 21 de octubre de 1878, recibe, en la Exposición Universal de París, la   Medalla de Plata dentro del apartado denominado "Organización y material de la segunda enseñanza".
  Andantino expresivo (1881), para orquesta de cuerda.Andante religioso, para orquesta de cuerda.


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