IRA DE FURSTENBERG

Virginia Carolina Theresa Pancrazia Galdina de Fürstenberg nació el 18 de abril de 1940 en Roma. Fue la primogénita del príncipe Tassilo de Fürstenberg y su primera esposa, Clara Agnelli, hija de Giovanni Agnelli, dueño de la FIAT. “Nací con título, buen aspecto y riqueza, pero esos ingredientes no son la receta mágica para una vida de cuento de hadas, aunque sí para la de una niña consentida”, confesaría en plena madurez.

Su infancia transcurrió jugueteando en los jardines del bellísimo palacio familiar, pero, debido a la II Guerra Mundial, la familia se trasladó a Suiza, donde nacieron sus dos hermanos varones: Egon y Sebastián. De pequeña, fue una niña revoltosa, a la que le encantaban los vestidos y hacer travesuras. El divorcio de sus padres le produjo una gran tristeza, que se vio aumentado cuando, siguiendo la tradición familiar, la internaron en un convento de Hastings (Inglaterra). Allí vivió una auténtica pesadilla ya que la jornada diaria se iniciaba a las 6,30 con una misa para luego asistir a interminables horas de clase, con la amenaza de severos castigos si no se cumplían las normas. “Lloré amargamente todas las noches durante los tres primeros meses, pero aprendí a hablar inglés”, recuerda. Cuando acabo de estudiar, vivió entre Lausanne (Suiza) y Venecia, donde su madre poseía un precioso palacio a orillas del Gran Canal. A los 14 años, en la boda de un pariente lejano, conoció a Alfonso de Hohenlohe, de 30 años. El príncipe se prendó de ella y no paró hasta conquistarla. Así, el 21 de septiembre de 1955, con solo 15 años, Ira (como la llamaban en casa) se casó en Venecia con Alfonso en una boda que fue un gran acontecimiento social.

Tras su luna de miel, se instalaron en casa de su suegro, algo que no le hizo mucha gracia. Aquel fue un primer problema en su relación, pero no impidió que, en noviembre de 1956, naciera en Lausanne su primer hijo, Christopher (aunque siempre le llamaron Kiko), cuya madrina fue la reina Victoria Eugenia, abuela de Juan Carlos I. Por trabajo, la familia se traslado a México, donde en febrero de 1959 vino al mundo su segundo hijo, Hubertus. “Cuando nació sentí un poco de pena porque hubiera preferido una niña, pero al verle tan lindo, con aquellos ojos verdes, redondito y precio- so cambié de pensamiento”, afirmaba la princesa.

Pese a la llegada de los hijos, el matrimonio iba de mal en peor. Ella no soportaba las largas ausencias de su marido, pero cuando se veían sólo había discusiones entre ellos. “Nuestro matrimonio nunca llegó a ser un infierno, pero a veces se hacia insoportable”. Así fue hasta que, en una fiesta celebrada en París, Ira conoció a Francisco “Baby” Pignatari, un industrial brasileño, inteligente y rico del que se enamoró. Por él dejó a Alfonso y a sus hijos y se fue a Nueva York. En medio de un duro litigio por la custodia de los niños, la pareja se divorció en 1960 y, al año siguiente, Ira se casó en Reno (Nevada) con Pignatari, con quien vivió una vida de lujo y “glamour” aunque no tuvieron descendencia. Pero la relación no duró mucho y se divorciaron en Las Vegas en 1964. Aquella situación hizo que, con 24 años, volviera a casa de su madre, en Venecia, y, durante los siguientes tres años, viviera una frenética vida social en compartía de actores, príncipes y toda suerte de millonarios. A sus hijos sólo les veía en verano. “Kiko me reconocía, pero Hubertus no sabia quién era yo. Me miraba, pero sin saber que aquella mujer que tenía delante era su madre”. Poco tiempo después se enamoró del marqués François d’Auland, el “rey del champán”, la nombraron Lady Europa y decidió convertirse en actriz. En 1967, la contrato el pro- ductor italiano Dino de Laurentiis y rodó su primera película, “Matchless”, a las órdenes de Alberto Lattuada. En sus 10 años de carrera hizo 28 películas, aunque los críticos alabaron más su belleza que sus dotes artísticas. En aquella época, tuvo un romance con el conde Paolo Marinotti. Todo el mundo pensaba que vivían un cuento de hadas hasta que estalló un gran escándalo: el conde le reclamó un diamante prestado de 150.000 euros de la época, ella argumento que se lo había regalado y Marinotti se llevó de la casa de la princesa, en Saint Moritz, cuadros muy valiosos. El juicio fue uno de los más sonados de la época.

La prensa del corazón empezó a llamarla “la princesa de 1os mil amores”, no sin razón, ya que, tras romper con Marinotti, se enamoró de Roberto Federici, que años más tarde se hizo famoso por ser pareja de Carmen Martínez-Bordiú.

Tampoco fue feliz. A medida que han ido pasando 1os años, cada vez ha tenido más claro su modo de vivir: “Amo la vida, soy curiosa y me gusta divertirme. Me disgusta la gente que lloriquea, que se queja de todo y que no tiene ganas de nada. Además, la comodidad es mi lujo. No podría vivir sin dinero porque no podría renunciar a él”, asegura. Ha escrito varios libros de belleza, ejerce como relaciones públicas de una empresa de cosmética y tiene una tienda de antigüedades en Ginebra (Suiza).

Poco a poco, las relaciones con sus hijos y su primer marido fueron mejorando y, en 1os años 80, su rostro empezó a ser muy conocido en España por ser una asidua (junto con Gunilla von Bismark, Jaime de Mora y Aragón o la princesa Soraya) de las fiestas que organizaba Alfonso de Hohenlohe, creador del elitista Marbella Club y donde se daba cita la “jet-set” internacional del momento. Por entonces, se hablaba sobre su posible boda con Rainiero de Mónaco, a quien acompañaba a importantes eventos, “pero no me casé con él porque sustituir a Grace Kelly era prácticamente imposible y él estaba obsesionado con los problemas de sus hijos”.

Si hasta ese momento Ira había tenido romances con hombres mayores que ella, una vez cumplidos los 50 empezó a codearse con hombres más jóvenes, como el banquero Cesare Canavesio, 20 años menor, pero tampoco esas relaciones llegaron a darle la estabilidad afectiva. Con fama y dinero, a mediados de los 90 decidió invertir su tiempo como diseñadora de joyas y objetos de arte. Fue justamente en la presentación de una colección de sus joyas, en el verano del 2006, cuando se enteró de que su hijo Kiko, que había viajado a Tailandia para seguir una draconiana dieta de adelgazamiento, estaba detenido en una cárcel tailandesa por falsificar su visado de turista. A los pocos días, la princesa recibió la noticia de que su primogénito había fallecido por una septicemia complicada con su diabetes. Aquel dolor se sumó al de la muerte, tres años antes, de Alfonso de Hohenlohe.

En los últimos tiempos, Ira ha reducido al máximo su vida social y ya no es una asidua de las fiestas, pero eso no le ha impedido celebrar, el día 16 de abril, su 70° cumpleaños rodeada de su familia (además de su hijo Hubertus, tiene muy buena relación con las otras dos hijas que tuvo Alfonso de Hohenlohe, Arriana y Desirée) y sus amigos. Esos, seguramente, le recordaron que, como ella ha dicho, “el encanto de una mujer no está en su belleza y la juventud, sino en vivir con alegría”.

VÍDEOS DE Ira de Furstenberg
A continuación podemos ver un vídeo de Ira de Furstenberg :





Fotos de Ira de Furstenberg:



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