Noah
Seattle, gran jefe de los Dwamish y los Suquamish, fue la
primera persona en escribir un manifiesto de defensa de la
Tierra. Lo dirigió, en 1854, al presidente de EEUU,
Franklin Pierce, cuando éste propuso comprar los territorios
a los indios para acabar con los enfrentamientos entre indígenas
y colonos blancos. La iniciativa suponía la confinación
de los indios, los que más derecho tenían a
esas tierras, a reservas. En un momento en el que se celebra
la Cumbre Mundial de Desarrollo Sostenible, en Johanesburgo
(Sudáfrica), las palabras de Seattle (reproducidas
en el reverso) cobran más importancia y actualidad
que nunca.
Noah (su nombre indio era See-Yahlh) Seattle nació
alrededor de 1786. Su padre fue un gran guerrero, pero como
su madre era esclava, su nacimiento fue considerado sin importancia.
En el tiempo de su nacimiento, la zona Puget Sound estaba
siendo asolada por una epidemia de viruela, una enfermedad
del hombre blanco que, junto con la llegada de los grandes
barcos, los indios habían interpretado como una señal
de que el fin del mundo se acercaba. No se equivocaban demasiado.
Siendo Kitsap jefe de los Suquamish, se tiene constancia
de que Seattle tomó parte en algunas batallas contra
los Cowiches, en las que destacó como un guerrero.
Observador e inteligente, planeó una estrategia para
luchar contra sus enemigos. Como éstos solían
atacar de noche y por el río, hizo talar un grueso
árbol que atravesó en el cauce, a varios centímetros
por debajo del agua. Los guerreros de Seattle aprovechaban
para atacar cuando sus enemigos chocaban contra el obstáculo.
Seattle se convirtió en jefe de los Suquamish y de
los Dwamish tras su victoria sobre las tribus del Río
Verde, hazaña que le valió gran fama entre los
indios. Sobre 1811 nació su primer hijo, una niña,
a la que se llamó Princesa Angeline. Se cree que Seattle
tuvo ocho esclavas, muchas de ellas sus concubinas.
En 1832, la tribu de los Suquamish empezó a comerciar
con los blancos y, por ese tiempo, Seattle abrazó la
fe cristiana adoptando el nombre de Noah. Eso le permitió
estrechar lazos de amistad con los colonos. Los blancos rebautizaron
con su nombre, Seattle, la ciudad de Alki Point, tributo que
no gustó demasiado al jefe,ya que la tradición
india reserva ese honor a las personas muertas.
El 10 de enero de 1854 el gobernador Isaac Setven llegó
a Seattle con el propósito de que los Suquamish y los
Dwamish se trasladaran a una reserva. Tras una larga conversación
y para evitar la violencia, Seattle recomendó a su
pueblo el traslado, pero reservándose el derecho de
su gente de visitar los lugares sagrados siempre que así
lo quisieran. Al año siguiente escribió una
poética carta al presidente Franklin Pierce que se
convirtió en todo un manifiesto de defensa de la Tierra
frente a la destrucción de los hombres blancos. En
los últimos años de su vida, el gran jefe cedió
todas sus pertenencias y se consagró a la tarea de
negociar con las autoridades que se cubrieran las grandes
necesidades que sufría su pueblo, confinado en las
reservas y carentes de todo. Murió el 7 de junio de
1866 y en su tumba se gravó: “He sufrido”.
MANIFIESTO
¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento,
ni aún el calor de la tierra? Esa idea nos resulta
extraña. Ni el frescor del aire ni el brillo del agua
son nuestros, ¿cómo podrían ser comprados?
Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado
para mi pueblo. La hoja verde, la playa arenosa, la niebla
en el bosque, el amanecer entre los árboles, los pardos
insectos...son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan
el viaje a través de las estrellas. Nuestros muertos,
en cambio, nunca se alejan de la tierra, que es la madre.
Somos una parte de ella, y la flor perfumada, el ciervo, el
caballo y el águila majestuosa son nuestros hermanos.
Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el
calor del cuerpo del caballo y del hombre, todos pertenecen
a la misma familia. El agua cristalina que corre por los ríos
y arroyuelos no es sólo agua, sino que representan
la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiésemos,
tendréis que recordar que son sagrados y enseñarlo
así a vuestros hijos. También los ríos
son nuestros hermanos porque nos liberan de la sed, arrastran
nuestras canoas, nos procuran peces. Cada reflejo fantasmagórico
en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias
de la vida de nuestras gentes, el murmullo del agua es la
voz del padre de mi padre. Sí, gran jefe de Washington:
los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed,
son portadores de nuestras canoas y alimento de nuestros hijos.
Si os vendemos nuestra tierra, tendréis que enseñar
a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos.
Y que deben tratarlos con la misma dulzura con la que se trata
a un hermano.
Por supuesto que sabemos que el hombre blanco no entiende
nuestra forma de ser. Tanto le da un trozo de tierra que otro,
porque la ve como enemiga. Cuando ya la ha hecho suya, la
desprecia y sigue caminando. Deja atrás la tumba de
sus padres sin importarle. Secuestra la vida de sus hijos
y tampoco le importa. No le importan la tumba de sus antepasados
ni el patrimonio de sus hijos olvidados. Trata a su madre,
la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que
se compran, se explotan y se venden, como ovejas y cuentas
de colores. Su apetito devora la tierra dejando detrás
todo un desierto. No lo puedo entender. Vuestras ciudades
hieren los ojos del hombre piel roja. Quizás sea porque
somos salvajes y no podemos comprenderlo. No hay un solo sitio
tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún
lugar donde se escuche en primavera el despliegue de las hojas
o el rumor de las alas de un insecto.
El ruido de la ciudad es un insulto para el oído.
Y yo me pregunto: ¿Qué clase de vida tiene el
hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de una
garza o la discusión nocturna de las ranas en la balsa?
Soy un piel roja y no lo puedo entender. Preferimos el suave
susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así
como el olor de ese viento purificado por la lluvia del mediodía
o perfumado con aroma de pino.
Cuando el último piel roja haya desaparecido de esta
tierra, cuando no sea más que un recuerdo su sombra,
como el de una nube que pasa por una pradera, las riberas
y los bosques estarán aún poblados por el espíritu
de un pueblo. Porque nosotros amamos este país como
ama el niño los latidos del corazón de su madre.
Si decidiese aceptar nuestra oferta tendré que poneros
una condición: que el hombre blanco considere a los
animales de esta tierra como hermanos. Soy salvaje y no comprendo
otro modo de vida. Tengo vistos millares de búfalos
pudriéndose abandonados en las praderas, muertos a
tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy salvaje
y no comprendo cómo una máquina humeante puede
importar más que el búfalo, al que nosotros
matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué es
el hombre sin los animales? Si los animales desapareciesen,
el hombre moriría en una gran soledad. Todo lo que
le pasa a los animales muy pronto le sucederá también
al hombre. Todas las cosas están ligadas.
Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros
hemos enseñado a los nuestros,que la tierra es nuestra
madre. Todo lo que le ocurre a la tierra, le ocurrirá
a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo,
se escupen a sí mismos.
La tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece
a la tierra. Todo va enlazado, como la sangre que une a una
familia. El hombre no tejió la trama de la vida. Es
sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a
sí mismo, Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea
y habla con él como amigo, queda exento del destino
común. Después de todo quizá seamos hermanos.
Ya veremos. [.. , ]También los blancos se extinguirán,
quizás antes que las demás tribus. El hombre
no ha tejido la red de la vida. Sólo es uno de esos
hilos y está tentando a la desgracia si osa romper
esa red. Todo está ligado como la sangre de una familia,
Si ensuciáis vuestro lecho, cualquier noche moriréis
sofocados por vuestros excrementos. Pero vosotros caminaréis
hacia la destrucción rodeados de gloria y esplendor
por la fuerza de Dios, que os trajo a esta tierra y que por
algún designio especial os dio dominio sobre ella y
sobre el piel roja. Este designio es un misterio para nosotros,
pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos,
se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos
de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra
el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlanchines.
¿Dónde está el bosque espeso?... Desapareció.
¿Dónde está el águila?... Desapareció.
Así se acaba la vida y sólo nos queda el recurso
de intentar sobrevivir.
VÍDEOS DE Gran Jefe Seattle
A continuación podemos ver un vídeo de Gran Jefe Seattle :