Elizabeth Arden

alois_alzheimerFlorence Nightingale Graham nació el 31 de diciembre de 1878 en Woodbridge, Toronto (Canadá). Fue la tercera hija de William Graham, campesino, y de Susan Tadd, perteneciente a una rica familia. La pareja emigró desde su Inglaterra natal porque los padres de Susan se oponían a ese matrimonio. La vida de los Graham transcurría con placidez en su pequeña granja. Florence era una niña inquieta, traviesa y con un gran espíritu emprendedor, que demostró después de que su madre falleciera, de tuberculosis, cuando ella tenía sólo 6 años.

Aunque fue a la escuela, Florence Nightingale -la bautizaron así en honor de la fundadora de la Cruz Roja- tuvo que dejar los estudios para ayudar en el campo y en el puesto del mercado donde su padre vendía sus productos. Las ventas se le daban bien, ya que tenía buena química con los clientes: dicharachera y bromista, sabía llevárselos a su terreno. Unas dotes que le beneficiaron, sin duda alguna, en su futuro proyecto empresarial. Como Florence quería prosperar, se puso a trabajar como enfermera, profesión que llegó a horrorizarla porque no podía soportar el dolor de la gente. Pero esa experiencia le sirvió para dirigir su carrera hacia el ámbito de la belleza. Después de haber visto innumerables accidentes, un bioquímico que trabajaba con ella ideó una crema que regeneraba la piel y eso le hizo pensar que el producto también podría aplicarse en los cuidados estéticos. En 1910, decidió irse a Nueva York para poner en práctica su sueño. Comenzó a trabajar como cajera, luego en una biblioteca y, después, en el salón de Eleanor Adair, donde aprendió técnicas de masaje facial. El azar quiso que conociera a Elizabeth Hubbard, creadora de las mejores cremas del país. Se asociaron y abrieron un gran salón en la distinguida Quinta Avenida, que disponía de tres ambientes, un laboratorio y tres asistentes. Pero como las dos mujeres tenían un carácter fuerte, decidieron independizarse. Cada una siguió su camino, pero Florence se quedó con el local.

Como su nombre era poco comercial, optó por cambiárselo. Tras leer los libros “Elizabeth and her German garden” y “Enoch Arden”, acuñó el nombre comercial de Elizabeth Arden. En esa época, las féminas no cuidaban su estética. Consciente de las limitaciones de la época, acuñó la genial frase de “no hay mujeres feas, sino mujeres que descuidan su belleza”.

En 1912, viajó hasta París, capital de la moda, para aprender todas las técnicas posibles -como la sombra de ojos, el colorete o el rimel- e implantarlas en su país. Se recorrió los salones de belleza más importantes, tomó notas, cogió muestras de cosméticos, asistió a conferencias y se entrevistó con expertos. Una vez conseguido su propósito, regresó a EEUU para poner en práctica lo que había aprendido, pero sus ideas no fueron bien aceptadas porque se consideraba que solo los actores podían maquillarse. Pero Florence no se amilanó. Le encantaban los riesgos. Llamó a su primera línea de productos “Venetian”, creó una amplia gama de colores y, aunque sus clientas se mostraron al principio recelosas por el “qué dirán”, cuando se miraban a un espejo, veían que su cara tenía un aspecto mucho más saludable. Además, en su propia casa creó una escuela para enseñar a maquillarse. Ella fue la que ideó la fórmula moderna del cuidado estético consistente en limpiar, tonificar, hidratar y nutrir.

Las fiestas de Nueva York fueron su mejor publicidad y empezaron a lloverle los pedidos. Como no daba abasto, pidió un crédito al banquero Tommy Lewis, con el que se casaría en 1915. Juntos abrieron diferentes salones por el país y crearon uno de los mayores imperios de belleza, que rivalizaba con el de Helena Rubinstein, otra mujer emprendedora. Las dos empresarias no podían ni verse, luchaban por llevarse a las mejores clientas, se criticaban mutuamente, pero coincidieron en cosas como inventarse un pasado para esconder sus orígenes humildes, falsear su edad o casarse con aristócratas.

A causa de las continuas infidelidades de su marido, en 1934 Elizabeth decidió divorciarse y, harta de los hombres, decidió buscar refugio en sus perros de pedigrí y en sus caballos de pura sangre. Desde entonces, siempre tuvo claro que la fidelidad de los animales era superior a la de los hombres y, como no tenía ningún instinto maternal, puso todo su cariño en sus mascotas. Elizabeth Arden fue la primera en anunciarse en las salas de cine y, mientras su imperio crecía a nivel internacional, el FBI investigó sus cuentas porque sospechaba que colaboraba con los nazis. En la II Guerra Mundial, cuando las mujeres se incorporaron al trabajo, ideó productos adecuados a ese nuevo modo de vida. En los años 40, se enamoró de Tom White, que se convirtió en su amante, pero, cansada de que él no se divorciara, le dejó. Poco después, en 1942, volvió a casarse por segunda y última vez con el príncipe Michael Evlonoff, con título pero arruinado. Se divorciaron al año de casarse. Pocos meses después, se interesó por el negocio de la moda y tuvo entre sus empleados a dos importantes diseñadores: Charles James y Oscar de la Renta. Al igual que en su adolescencia, Elizabeth continuaba siendo una mujer dura, independiente, solitaria, sin amistades sólidas y con tal energía que nadie seguía sus pasos. Terriblemente déspota, trataba mal a sus empleados y se rumoreó que era lesbiana.

Odiaba el alcohol y el tabaco, apoyaba a los republicanos, estaba obsesionada con la limpieza y su mayor secreto para conservar su vitalidad era echarse pequeñas siestas a lo largo del día. Contenta y satisfecha de los grandes avances que había hecho -se rumoreaba que tenía amigos entre la mafia-, invirtió gran parte de su fortuna en joyas, suntuosas residencias repartidas por todo el mundo y valiosos cuadros. Cuando asistía a fiestas de sociedad, intentaba ser el centro de atención.

Tenía un gran don para establecer conversaciones de todo tipo y se convirtió en la mujer más respetada y envidiada del país por ser estilista personal de “Mammie” Eisenhower, la esposa del presidente. En reconocimiento por su gran labor, en 1962, fue condecorada con la Legión de Honor en Francia. Cuatro años más tarde, cuando casi había cumplido los 90 y siempre al frente de su imperio, murió de repente el 18 de octubre de 1966. La enterraron, vestida de rosa, el color que más le gustaba, en Nueva York. No nombró herederos, por lo que su sobrina Patricia Young se hizo cargo del imperio. Pero, como los impuestos que tenía que pagar por la herencia eran tan elevados, vendió, por varios cientos de millones de dólares, una empresa que aún hoy sigue dando suculentos beneficios.

VÍDEOS DE Elizabeth Arden
A continuación podemos ver un vídeo de Elizabeth Arden :





Fotos de Elizabeth Arden:



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