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Alejandro Gandara



BIOGRAFÍA DE Alejandro Gandara:

Nombre real: Alejandro Gandara
Profesión: Escritor
Cumpleaños: N/D
Signo zodiacal: N/D
Lugar de Nacimiento: Santander, España


1957: Nazco en Santander, aunque no recuerdo nada de esa presumible apoteosis. En las fotografías aparece una perra bobtail junto a la cuna, que se llamaba Kali. Me acompañó hasta los cinco y me dejó una tierna preferencia por esa raza. Cerca, había también un huerto de fresas, un aeródromo, un mar.

1959: Más fotos: en una sidrería de la cuenca minera asturiana, por Sama de Langreo. El local formaba parte de la incipiente vocación empresarial de mi padre, vocación multidisciplinar y, como pudo comprobarse, poco metódica. Mi aspecto es feliz, aunque ya algo achispado. ¿Origen de posteriores inclinaciones?

1961: Un recuerdo quizá fiable: un corral con gallinas y un amplio cielo estrellado, mi padre remueve con un palo en una tina de cobre, bajo la que arde un fuego. Prolegómenos de lo que después sería la Tintorería Santanderina, instalada en Ciudad Rodrigo (Salamanca) por misteriosos designios del padre emprendedor.

1962: Primer día de escuela en el Grupo San Francisco, misma localidad (que se mantendrá hasta los diecisiete). Llego solo y con mucha antelación, de modo que me sitúo el primero en el sobrecogedor portón de la entrada. Surge un padre con un hijo y me desplazan de la selecta posición. Luego, otros y termino al final de la cola. Me vuelvo a casa sin pisar el aula y pregunto a mis progenitores por qué tengo que asistir a la escuela si ya sé leer y escribir (cierto). Lo que no les pregunto, pero aprovecho la ocasión, es qué hacía un crío de cinco años yendo solo a tal sitio en día tan señalado.

1964: Se celebra mi primera comunión. El abuelo Saturnino me ha traído de Santander y para la ceremonia un uniforme de húsar o similar, terciopelo, pantalón de raso blanco, deslumbrante y completamente singular en el contexto de aquel pueblo. Durante el desayuno previo a la concesión del sacramento caen dos gotas de café en los maravillosos e impolutos pantalones. Experiencia del horror. Mi madre, enloquece. Mi abuelo dice: "Estrenado". No me parece para nada el padre de mi madre. A partir de ese momento grandes tensiones y confusiones con mi genealogía. Resumiendo: mis padres no son mis padres y mi misión en la vida es buscar a los verdaderos.

1966: Ingreso en el Instituto Fray Diego Tadeo con una beca para Bachillerato. Una profesora sentencia: "Los becarios tenéis que luchar más que el resto, no debéis olvidar que sois pobres".

1967: Se inician mis campamentos con la OJE (Organización Juvenil Española) en Hoyos del Espino, en pleno Gredos, junto al Almanzor, mi montaña maldita. Me enamoro rápidamente de las cumbres y valles, y con el tiempo se convertirá en uno de esos lugares sagrados a los que se regresa como refugio y bendición (ahora escribo esto desde ahí, por poner un caso).

1972: Este año gano la Vuelta Pedestre a Salamanca. Resulta que llevo algún tiempo haciendo atletismo y que me va esa marcha, nunca mejor dicho. Contacto con la gloria y con los viajes en plan figura, pero lo que más me gusta es escapar del pueblo.

1973: En un baile del Instituto, una chica con la que no he hablado nunca me dice, sin venir mucho a cuento, la verdad: "El año pasado estuve enamorada de ti". De inmediato, y acaso en caballerosa correspondencia, sucumbo a esa pasión. Por desgracia, no he prestado la debida atención a la frase, con forma de pasado. Aun así, salimos durante algunos meses. No hay manera. Descubro la irreversibilidad de algunos sentimientos femeninos.

1974: Saco el COU. Con tres amigos emigro a Suiza para capitalizar mis futuros estudios en la universidad, sociología, Madrid: la beca no da para tanto. Al borde de la inanición, tras varios días en Zürich, un sacerdote español nos consigue trabajo y nos dispersamos por los Alpes. A mí me toca Chur (luego, resultó que Juan Benet, lo citaba en una novela). Regreso con lo ahorrado metido en el bolsillo y sujeto con una goma, días de tren. Me bajo en la antigua estación de Príncipe Pío y busco pensión en Madrid mirando en los carteles de los portales.

1974-1979: Madrid, cielos. Las revueltas estudiantiles, incomprensibles al principio (venía de muy lejos, en el espacio y en el tiempo), y a las que termino por aplicarme. Casi dos cursos académicos en huelga. Hay compañeros que han muerto en la gresca incluso después de fallecer Franco. Es un Madrid inimaginable para quien no lo haya conocido: pacato, reducido, pobre...
Me he retirado definitivamente del atletismo después de un año en la sección correspondiente del Real Madrid, a causa de una lesión en la rodilla o en la mente (en la rodilla los médicos no encontraban nada).

Descubro el sexo, que me resulta muy madrileño, es decir, agitado y pobre. Sin embargo, no lo rehúyo; en fin, esas contradicciones humanas.

En uno de los veranos me he embarcado en un pesquero de Santander, el Viantos II, y he faenado por el Gran Sol (corrupta traducción española de gran lenguado), suroeste de Inglaterra. Lo curioso es que poco después escribí un cuento que ganó el Premio Ignacio Aldecoa, el mismo autor que había escrito aquella novela titulada "Gran Sol". Lo que son las cosas.

Consigo mi licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología, especialidad en Antropología Social, y no sé cómo ha pasado.

1980: El Premio Extraordinario de la carrera facilita que ingrese como profesor colaborador en el departamento de Historia de la facultad, allá en la Complutense. Ya he conocido a mis grandes profesores, que también hacen de mentores: Luis Díez del Corral, José Antonio Maravall y Carmen Iglesias. Sobre todo, Carmen Iglesias. Por estas fechas, ya he cambiado de mundo y comienza una vida no muy relacionada con la anterior. Soy profe de la Complu, escribo relatos (cuya atrocidad facilitó el salto de género a la novela), en fin, otro horizonte.

1981: En tanto que profesor en la facultad de Sociología y Políticas y soldado raso del Regimiento Mixto de Ingenieros Número 11, de la División Acorazada Brunete, participo con toda la omisión y pasividad que el asunto requiere en el golpe de Estado del 23-F. No apetece recordar con gran pormenor la experiencia. La cosa concluye con mi nombramiento como bibliotecario del citado Regimiento. Dejémoslo ahí.

1982-83: Los tiempos de Inglaterra. Me fui para allá con una beca, contratado ya por la Universidad como profesor ayudante de Historia de las Ideas y de las Formas Políticas. La intención era escribir la tesis. Lo que llevaba en la cabeza era algo sobre los políticos isabelinos. Se me pasó enseguida. Descubrí a los piratas de la época, en particular a Sir Walter Raleigh (que odiaba a España), y me enredé en lo que no debía. Dadas mis habilidades sociales se me ofrece la posibilidad de quedarme en ese país. Una novia y una nostalgia atrofiante (que diría Handke), hace que vuelva y que lo lamente desde el primer momento. En realidad, aparte de los piratas, he dedicado el tiempo a escribir mi primera novela que, a finales del 83, gana el Premio Prensa Canaria, con jurado presidido por Juan Benet. Durante una temporada muy larga siento la nostalgia atrofiante de lo que no fue.

1986: Lo universitario no me va, ni yo a ello. He trabajado durante un año, como presentador y guionista, en el programa Tiempos Modernos (cultura y tal) de Televisión Española, gracias a un enchufe que proporciona mi colega Julio Llamazares. Resulta que también me he casado y he tenido una hija, a la que llamamos Julia, impresionante ejemplar. Se ha publicado "La media distancia" en Alfaguara, en virtud de la persistencia de Juan Benet. Allí conozco a José María Guelbenzu y a Felisa Ramos, dos de las mejores cabezas literarias con las que uno puede topar, y con las que empiezo a entender de qué va lo de la escritura (yo iba por ahí creyendo en mi talento natural). Gracias a Guelbenzu, y abandonada definitivamente la universidad, Juan Luis Cebrián me llama desde el diario El País, y en este año de la cabecera entro en el equipo de Opinión, escribo editoriales y duro poco. El Suplemento de Libros del periódico ha quedado vacante y resulta que yo tengo todas las papeletas.

1989: Nace mi hijo Alejandro. El asunto no ha salido bien: el crío y la madre quedan con problemas serios. Paso semanas entre clínicas y temiendo lo peor. Una noche de ésas, cenando con el poeta y amigo Juan Carlos Suñén, declaro con solemnidad de desesperado mi decisión de montar una escuela dedicada a la creación en todas las disciplinas: ese tipo de iluminaciones que tratan de sobreponerse a la tragedia. La madre y el hijo sobreviven, y quedan bien. En noviembre se funda la Escuela de Letras, que no satisface todas las pretensiones, pues sólo se dedicará a la creación literaria. A la aventura se unen, hasta liderarla, el crítico y editor Constantino Bértolo y el editor de Debate Ángel Lucía. Más Juan Carlos.

1991: He dejado El País para dedicarme a la Escuela de Letras. Ha obtenido un éxito bastante inesperado, si se tiene en cuenta que la matrícula es de casi 300.000 pesetas de la época y que no sabemos explicar muy bien lo que hacemos allí. Pero también debe tenerse en cuenta la pobreza del paisaje, en lo que a enseñanza de la creación se refiere, y lo mucho que ayuda una caterva de columnistas entregados a la demostración de que la creación literaria no se enseña. De este periodo llega una de mis frases preferidas, de la que casualmente también soy autor: "El talento no se enseña, pero se descubre". Bértolo me dirá un día: "La frase está muy bien. Pero tú sabes que lo cierto es que se enseña". Me hace sentir revisionista.

1992: En el barrio pesquero de Santander, documentándome sobre asuntos del mar de cara a una próxima novela que lo concierne, me entero de que la tripulación del Viantos II, en el que ya dije que había estado embarcado, naufragó en el Golfo de Vizcaya diez años atrás, tratando de socorrer a un pesquero francés, y murieron todos. El sentimiento es difícil de explicar. ¿Jamás volví a interesarme por ellos?

1998: El mundo, y no sólo su apariencia, cambió en 1989, pero sólo me doy cuenta por estas fechas. Los gerentes y los rendimientos se han colado por todas partes. No estaría mal, si hubieran dejado sitio para otras cosas (hablo de España). Echo de menos algunos resquicios. Quizá los haya, pero hay que dejarse la vida en ellos. Un gran cansancio ante la perspectiva de la tarea. He publicado más de media docena de novelas, pero sinceramente me siento perdido. ¿Para quién se escribe? Me cambio a la editorial Anagrama con una novela sobre la Transición española que en el fondo es un relato de sentimientos. Los sentimientos cada vez me importan más, y la economía y la política, menos. La economía y la política han conseguido presentarse en sociedad como si no tuvieran nada que ver con las pasiones humanas, mera tecnología de la acción humana.

1999: En un aeropuerto me encuentro con Santiago Cabanas Burkhalter, empresario y amigo desde la época de la Escuela de Letras, cuando siendo él un cargo del Ayuntamiento de Madrid nos propone un programa municipal de conferencias y actividades para un centro del consistorio que se llevó a cabo. Le digo que me gustaría hacer una revista de cultura, en términos de dar información de lo que pasa en el mundo, de lo que podría hacerse. Y, por supuesto, sin ahorrar caña. A la vuelta de mi viaje, Cabanas ha dispuesto el capital y la infraestructura necesarios. Incluso ha conseguido socios. La revista se llamó La Modificación, viajó a Rusia, Israel y Alemania en momentos delicados, fue nombrada segunda mejor revista europea por la Asociación de Revistas de la U.E., y sucumbió por falta de fondos doce números después. Y por falta de lectores, aunque conviene decir que hay gente que se acuerda.

2000: Se funda, tras la disolución de la Escuela de Letras, objetivo cumplido, la Escuela Contemporánea de Humanidades (ECH), que va a emprender una idea vieja y nueva: la creación es una pedagogía; de hecho, es la única pedagogía tal como va el mundo; pero a la vez debe incluir todo lo que ha sucedido tan deprisa en los últimos tiempos. Se empeña en el proyecto María Sendagorta McDonnell, una empresaria a la que conocí por casualidad, aunque no sin motivo, y el catedrático de la Complutense José Antonio Millán Alba, que inspiran lo que será el seminario de investigación de la ECH, y en el que se encuentran gentes tan indispensables como Juan Manuel Rodríguez Parrondo, José Luis Pardo, José Luis Corrales, José Luis González Quirós, Ramón Rodríguez, Jesús de Garay, Juan Arana, José María Beneyto o Enmánuel Lizcano. Este seminario acabará dictando el programa de estudios de lo que hoy son los estudios de máster de la ECH, en sus distintas secciones: Creación Literaria, Humanidades, Artes del Cine o Nuevos Lenguajes del Periodismo.

2008: Todo ha ido bien. En estos días he regresado editorialmente a Alfaguara y publico en esa casa mi primera novela y la última: "La media distancia" y "El día de hoy". Y hasta aquí hemos llegado.



FOTOS DE Alejandro Gandara:
  








TRAYECTORIA DE Alejandro Gandara:

Alejandro Gándara (1957, Santander) ha vivido las últimas tres décadas de su vida de la mano de la literatura, no sólo como novelista, ensayista o periodista, sino también como promotor e impulsor de distintas empresas dedicadas a la investigación de la creación literaria, la pedagogía creativa y la promoción de la cultura desde diferentes plataformas (revistas, seminarios, cursos, etc.). Es un tópico hablar de que la alta cultura está reservada al disfrute de unos pocos. En todo caso, si algún sentido compartido tiene aún una expresión tan deformada como lo es alta cultura, puede decirse que Gándara se ha dedicado a que esa alta cultura eche raíces en los cimientos de la sociedad española.

Como novelista ha sido traducido a una docena de idiomas, es Premio Nadal (Ciegas esperanza, 1992) y Herralde (Últimas noticias de nuestro mundo, 2001); y una de sus novelas juveniles, Falso movimiento, 1995, se llevó al cine por Rafael Alcázar como Besos de gato en 2004. Además ha escrito teatro, libros de texto y ensayo, género en el que consiguió el premio Anagrama (1998) por Las primeras palabras de la creación, 250 folios sobre la Biblia.

Esta trayectoria no le ha impedido mantenerse en contacto con la realidad en todas sus versiones. En concreto, ha sido columnista en El País, EL MUNDO y ABC y ha escrito reportajes para las tres cabeceras; desde los Crímenes de Puerto Hurraco hasta La ruta de los Vikingos pasando por una inmersión de ocho días en un submarino o su dirección durante tres años (1986-89) del suplemento de libros de El País. Actualmente, es autor del blog El escorpión en elmundo.es.

Pero como decíamos al principio, su labor como promotor cultural es igualmente fértil. Gándara inventó en los 80 la primera escuela de creación literaria española, centro al que vería crecer durante diez años y, que sirvió de impulso para la aparición gradual de los primeros talleres literarios en España, hoy tan comunes. En 1998 fundó la revista La Modificación de la cultura -que publicó once números al margen de los grandes grupos de comunicación y recibió el reconocimiento internacional de la Asociación de Revistas Europeas-. En 1999, Alejandro Gándara funda junto a María Sendagorta y José Antonio Millán la ECH (Escuela Contemporánea de Humanidades) en un momento en que la creación, las humanidades y las disciplinas científicas deben encontrar puntos en común para afrontar los retos de la nueva sociedad.

Actualmente, Gándara es Director Académico de la ECH y participa como profesor en distintos cursos (¿Por qué formar parte de una Escuela Contemporánea de Humanidades?)

? ¿Qué es la ECH para Alejandro Gándara?

"Para mí es, básicamente, un espacio de debate con los alumnos, donde creo que el profesor está más obligado a aprender que los propios estudiantes. Entiendo el conocimiento con una base dialógica, al estilo socrático, es decir, el que más sabe que no sabe nada ha de ponerse en cuestión ante los que están aprendiendo. Las lagunas, las contradicciones, las diferencias, son lo que producen la tensión necesaria para que el conocimiento y la actitud ante el conocimiento produzcan alguna especie de beneficio.".

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