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Felipe Varela



BIOGRAFÍA DE Felipe Varela :

Hijo del caudillo federal Javier Varela y de Doña Isabel Rearte, nació en el pueblo de Huaycama, departamento Valle Viejo, provincia de Catamarca, en 1819. Perteneció a una antigua y distinguida familia del valle catamarqueño.

Varela pasó los primeros años de su vida con la tradicional familia Nieva y Castilla, del Hospicio de San Antonio, Piedra Blanca, de la cual era también pariente. A los 21 años de edad asistió a la muerte de su padre en el combate librado el 8 de septiembre de 1840 sobre la margen derecha del Río del Valle, entre las fuerzas invasoras de Santiago del Estero y las de Catamarca.

Posteriormente radicóse en Guandacol, pueblito riojano recostado sobre la precordillera de los Andes. Allí se acogió al tutelaje del ´Comandante Pedro Pascual Castillo, amigo de su padre, con quién visitaría esos lugares en sus frecuentes viajes con arrias de animales para Chile. Y allí, en Guandacol, poco despues, formó su hogar con una hija de su protector, Doña Trinidad Castillo. Se sabe que tuvo varios hijos, entre los que se cuentan Isora, Elmira Bernarda, Javier. Con su padre político se dedicó, además, al engorde de hacienda para el ganado Chileno de Huasco y Copiapó. Esos continuos viajes y el trato con peones y pequeños ganaderos le dieron un amplio conocimiento del paisano humilde de la región y de los vericuetos de la cordillera que cruzaría varias veces. Y poco a poco fue acrecentando su prestigio entre la peonada y la gente del campo.

A pocos años de la revolución, “el gaucho y su china se vestían ya con ropa proveniente de Manchester”. Quebrada la estructura productiva del interior, el hombre sin trabajo, el desocupado, monta a caballo, empuña una lanza y se coloca detrás de su caudillo para enfrentar la política de los comerciantes de Buenos Aires; es la montonera, los que pelean en montón, el pueblo en armas. Esa montonera no se verifica, en cambio, en la provincia de Buenos Aires, donde los estancieros, aliados de los comerciantes del puerto, hacen prósperos negocios que les permiten conformar a los gauchos con una política patriarcal y llevarlos a la lucha, cuando es necesario, como ejercito privado (Los Colorados del Monte).

En tiempos de Rosas Felipe Varela va madurando, al igual que en la amplia mayoría del pueblo interior, la posibilidades ciertas de un desarrollo más justo equilibrado y verdadero, a la vez que la política centralista, ya sea en manos de los comerciantes de Buenos Aires o de los ganaderos Bonaerenses, les sigue dando la espalda.

Desvinculado de intereses importadores, Rosas fija impuestos aduaneros a la mercancia europea aliviando parcial y transitoriamente la presión porteña sobre el interior. Pero solo la distribución de las rentas de aduana puede dar las bases para poner en marcha los recursos de las provincias y sacarlas de su postración y en este aspecto, Rosas es tan inflexible como Rivadavia o Mitre. Contra esta política se levantarán, como se habían levantado contra Rivadavia y lo harían más tarde contra Mitre, los pueblos del noroeste, acaudillados por el Chacho. Tres veces el caudillo riojano saldrá al frente de sus gauchos para derrocar a Rosas y tres veces derrotado tomará el camino del exilio. El poderío originado en el control del puerto y la Aduana le permiten a Rosas controlar las insurrecciones producidas.

Nuevamente como en 1810, Buenos Aires pretende sustituir a España en la dominación colonial sobre el resto del país. El puerto único, el monopolio de las rentas aduaneras, la federalización de Buenos Aires y la organización constitucional serán por unas décadas más el eje alrededor del cual proseguirá la lucha social. Y en ella entrará a jugar muy pronto un rol importantísimo ese montonero tan zaherido y denigrado que se llama Felipe Varela.

El ideal de la oligarquía portuaria va en vías de realizarse; “el país” será el litoral pampeano y crecerá hacia afuera, será “europeo” y renegará de su condición latinoamericana, producirá materias primas e importará manufacturas; en fin será una semicolonia inglesa “civilizada”.

Tras la categórica derrota en Curupaytí, las sombras del desprestigio acababan de abatirse sobre Mitre. La derrota repercute en Buenos Aires. Varios intelectuales, denominados traidores por la prensa Mitrista , escriben violentos artículos en favor del Paraguay, contra la guerra y contra el Imperio del Brasil. Fueron Miguel Navarro Viola, José y Rafael Hernández, Carlos Guido Spano, Aurelio Palacios, etc. También se nuclearon alrededor de algunas sociedades. La Unión Americana , entre otras.

Pero la verdadera apertura del frente interno, la que más habría de convulsionar la estrategia de Mitre, estalló en las provincias del oeste y norte del país. Estos territorios, que habían gozado durante largo tiempo de los beneficios de sus nacientes industrias, acabaron siendo asolados por la política librecambista de Buenos Aires. Suprimidas las aduanas interiores, imposibilitados de competir con las mercancías que el puerto dejaba pasar, su futuro se les presentaba como un largo e inacabado estancamiento. Eligieron entonces su única posibilidad: elaborar un proyecto político absolutamente opuesto al del mitrismo y lanzarse a un enfrentamiento total.

El estallido revolucionario se produce inicialmente en las provincias de Cuyo. Carlos Juan Rodríguez, un puntano que acaba de padecer seis anos de cárcel por haber sido senador al Congreso de la Confederación en Paraná, se pone al frente del movimiento. En Buenos Aires saben perfectamente como definirlos: son salteadores -dicen-, vulgares delincuentes. Casi por descuido, les conceden a veces títulos mas importantes: el de traidores a la patria, por ejemplo.

Mitre no tiene alternativa: detenida la guerra por el desastre de Curupaytí, debe regresar del frente con todo un ejército para sofocar el levantamiento del Interior. Paunero, Paz, Elizalde y otros se lo habían solicitado insistentemente: la situación era grave. Impopular en las provincias, la guerra del Paraguay era considerada un asunto exclusivo de Buenos Aires. Batallones enteros de milicias se sublevaban e iban a reunirse con los caudillos mediterráneos. Mitre, entre tanto, hilvanaba algunas reflexiones: "si casi todos los contingentes incompletos de las provincias no se hubiesen sublevado (...), si una opinión simpática al enemigo no hubiese alentado la traición (... ) quién duda que la guerra estaría terminada ya? (...) Por lo que respecta a los desordenes de las provincias obedecen a las mismas tendencias”. El pronóstico de estar en tres meses en la Asunción, tan magníficamente altivo, tan entrador para los sueños de gloria de los jóvenes porteños, se revelaba ahora como una frase hueca, apresurada y torpe.

En diciembre de 1866, un oficial de la Confederación urquicista, uno de los hombres que mas intensamente ha luchado por continuar la empresa detenida en Pavón, un lugarteniente de Peñaloza, un soldado que ya ha guerreado en Lomas Blancas y en Las Playas (1863) contra las tropas de Sandes y Paunero, un político que ha escrito cartas a Urquiza, un exiliado, un perseguido, cruza la cordillera de los Andes con muy pocos hombres y escaso armamento. Es el coronel Felipe Varela y acaba de lanzar una proclama a sus compatriotas.

“¡Soldados federales! -dice Varela en su Proclama- nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás Repúblicas Americanas. ¡¡Ay de aquel que infrinja este programa!!" Define también la situación de los hombres del Interior frente a Buenos Aires: "Ser porteño es ser ciudadano exclusivista: y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derecho". Denuncia la política económica del liberalismo: "Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando empeñada en mas de cien millones de fuertes, y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos". Y señala un culpable: "Esta es la política del Gobierno Mitre".

El 9 de noviembre estalla en Mendoza “la revolución de los colorados”, cuyo jefe político es el Dr. Carlos Juan Rodríguez, amigo de Varela y cuyo jefe militar es Juan de Dios Videla. Todo Cuyo está pronto en manos de la montonera, cuyo emblema es la divisa punzó, federal provinciana.

Pocos días más tarde de estallar en Mendoza “la revolución de los colorados”, el caudillo catamarqueño cruza la cordillera de los Andes con un grupo reducido de hombres, pero ya en suelo montonero, las fuerzas de Felipe Varela se elevan a casi 5.000 hombres: el ejercito más numeroso que jamás haya pasado por esa región. Aunque era una fuerza de origen colectivo, disponía el caudillo de los dos fogueados batallones de Medina y caballearía con buena disposición para la pelea. Tenia tres cañones y a su lado cabalgaban todos los antiguos lugartenientes del Chacho; Severo Chumbita, Carlos Ángel, Santos Guayama, Sebastián Elizondo, Pablo Ontiveros, todos gauchos de entero corazón y probado coraje. En tres meses había logrado el Caudillo montar un verdadero ejército, demostrando su capacidad organizativa y sus reales condiciones de jefe.

Solo se puede hablar de una negra jornada y un largo sufrimiento en la que el destino le dio la espalda a los latinoamericanos y sus sueños de libertad. ¿Qué más se puede explicar?

El 12 de enero de 1869 las fuerzas centralistas al mando de Pedro Corvalán derrotan al caudillo en Salinas de Pastos Grandes, Salta, obligandolo a replegarse a Antofagasta. Dominado por el dolor de la impotencia, con la fiebre que lo abraza, Varela va al tranco acompañado de unos pocos hombres camino a Potosí.

Otra vez la disparidad de fuerzas, otra vez el poder económico de Buenos Aires, otra vez la derrota...

Así epilogó la revolución de Felipe Varela, empresa político-militar con ribetes de epopeya que pretendió cambiar el destino social y económico de nuestros pueblos retomando las bandera de Unidad Americana levantadas en todo el continente a comienzos del siglo XIX.

Iniciada el 6 de diciembre de 1866 con la vibrante Proclama lanzada desde el corazón de lo Andes. Ella experimento las más variadas alternativas en un tramite sacrificado y heroico de un año de duración.

Felipe Varela estuvo siempre dispuesto a empezar de nuevo desde la sima de sus derrotas. En esto fue consecuente con el ejemplo del Chacho, su antiguo jefe. Pero ese 12 de enero de 1869, en Pastos Grandes, sus esperanzas de una restauración federal con visión americanista se esfumaron para siempre. Y como la muerte épica no vino en su ayuda, sus días postreros transcurrieron en el exilio, consumidos por la miseria y la tisis.

VÍDEOS DE Felipe Varela :
A continuación podemos ver un vídeo de Felipe Varela :








FOTOS DE Felipe Varela :







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